Diez fragmentos de belleza
(Por Mario Satz.)
El Rabí Eliezer de Salónica envió a sus discípulos al mar diciéndoles:
- Traedme un fragmento de belleza, alguna joya creada por el Único sin manos ni visible artesanía. Traedme alguna obra natural que dé cuenta de cuán sobrenatural es -después de todo- este mundo.
Los diez discípulos se alejaron hacia la costa, en esa tarde del verano cuyo cielo estaba tan surcado de vencejos que hasta el aire, celeste, chillaba de gozo entre las alas. Más allá del puerto había poca gente, excepto dos o tres pescadores arreglando sus redes. La superficie del agua estaba quieta, como en trance.
Rabí Alexis Moshé regresó con un trozo de esponja;
Rabí Naftali Pidión, con una rama de coral rojo.
El ciego Abraham Herrera Sofer, que fue en compañía de su amigo Rabí Aniel de Polinguiros, traía un caracol, y su lazarillo una redonda hueva de pescado.
Por su parte, Rabí David de Kilkis, el albino, halló una cinta de poseidonia trasparente entre las piedras lavadas por el mar.
Rabí Yanis Yojanani de Xance, que tenía muy buena vista, encontró un diminuto cangrejo violeta, inofensivo y acre como su refugio de algas.
En cuanto a Rabí Mordejai, famoso por su torpeza, escogió una piedra perforada para no tener que buscar demasiado, mientras que Rabí Eliahu de Tasos, pescador de profesión, trajo una esfera de arena apelmazada.
Isaías de Lemnos, de baja estatura y sonrisa constante, descubrió un murex erizado de espinas y lo guardó en el bolsillo para exhibirlo ante su maestro.
Finalmente, Uriel de Edesa encontró el espinazo de un pequeño tiburón. Estaba seguro de que la seca arquitectura haría las delicias de Rabí Eliezer.
Dispusieron los diez fragmentos de belleza solicitados por el maestro en la encalada terraza de su casa y esperaron, inquietos, su juicio.
- Explicadme, ahora -dijo el maestro- por qué habéis escogido lo que habéis escogido.
Adelantándose a todos, Rabí Naftali Pidión dijo, morando el trozo de coral:
- Un pueblo minúsculo vive bajo las aguas, y entre sus casas de calcio y ramas de colores, deja vivir. Así de bello querría nuestro destino.
El maestro no se inmutó, esperando la segunda explicación:
- La transparencia de esta alga es la mejor de las virtudes -dijo Rabí David de Kilkis-, pues casi no tiene revés. Deja ver lo mismo que ve y sus bordes son justos y paralelos. Así de hermoso querría nuestro carácter.
- Aquello que el viento dispersa -aclaró Eliahu de Tasos-, si tiene voluntad de volver a unirse, hace de la esfera la más perfecta de las formas. Así también querría que nuestras familias se mantuviesen juntas y en paz.
- Este murex solía servir para teñir de púrpura la capa de los reyes -comentó Isaías de Lemnos-, y aún muerto, aún vacío rasga con sus espinas el espacio de nuestra admiración. Que sea así nuestra belleza, real y punzante, áspera y exacta.
El maestro los miraba con picardía, como si estuviera aguardando a que sus discípulos dijeran cada uno lo suyo para medir así sus talentos y pericias, su sensibilidad y capacidad expresiva.
- Esta piedra agujereada -dijo el perezoso Mordejai- puede servir como cuenta de collar o pesa. Así deseo yo que lo bello no esté separado de lo útil.
Llegado este momento, Rabí Yanis Yojanani de Xanze extrajo su pequeño cangrejo violeta y enunció:
- Para atrás o para delante, pequeño o grande -sentenció-, que, como la caparazón de esta criatura, siempre brille entre nosotros el tono vespertino del Génesis.
Entonces se adelantó Alexis Moshé y, blandiendo su hallazgo, dijo:
- Que, al igual que el océano a esa esponja, el tiempo nos atraviese y deje en nuestros corazones chispas de eternidad. Suave es lo profundo, y flexible.
Rabí Aniel de Polinguiros alzó su hueva de pescado, no dijo nada y lloró lágrimas silenciosas cuando el viejo a quien servía de guía, Abraham Herrera Sofer, mostrando el hueco de entrada del pequeño caracol, dijo:
- Así de oscuro es mi interior. Pero sé que el afuera se baña todo el tiempo en la luz del Altísimo, alabada sea su incansable belleza.
Uriel de Edesa se adelantó y, mostrando el esqueleto de tiburón, exclamó:
- Espina o hueso, ruina o sombra de ruina, morir es abandonar una jaula; vivir, envasar promesas y sueños. Que, incluso idos al otro mundo, quede en éste un signo de nuestra resistencia, un símbolo de nuestra continuidad.
Habiendo oído a cada uno de sus discípulos, el maestro se adelantó y dijo:
- Reunid ahora los fragmentos, acercadlos unos a otros y veréis que la belleza que evocan es mayor que la suma de sus formas. Como dice el Sefer yetzirá: "Dios es el lugar del mundo, pero el mundo no es su lugar". Buscar la hermosura y dar con sus reflejos es sólo una parte minúscula de la belleza inhallable. Así también, lo que os ha dejado el mar es aquello de lo que prescinden sus olas. Muy adentro, en cambio, muy oscuro y mas espléndido aún, palpita aquello que lo produjo.
- Traedme un fragmento de belleza, alguna joya creada por el Único sin manos ni visible artesanía. Traedme alguna obra natural que dé cuenta de cuán sobrenatural es -después de todo- este mundo.
Los diez discípulos se alejaron hacia la costa, en esa tarde del verano cuyo cielo estaba tan surcado de vencejos que hasta el aire, celeste, chillaba de gozo entre las alas. Más allá del puerto había poca gente, excepto dos o tres pescadores arreglando sus redes. La superficie del agua estaba quieta, como en trance.
Rabí Alexis Moshé regresó con un trozo de esponja;
Rabí Naftali Pidión, con una rama de coral rojo.
El ciego Abraham Herrera Sofer, que fue en compañía de su amigo Rabí Aniel de Polinguiros, traía un caracol, y su lazarillo una redonda hueva de pescado.
Por su parte, Rabí David de Kilkis, el albino, halló una cinta de poseidonia trasparente entre las piedras lavadas por el mar.
Rabí Yanis Yojanani de Xance, que tenía muy buena vista, encontró un diminuto cangrejo violeta, inofensivo y acre como su refugio de algas.
En cuanto a Rabí Mordejai, famoso por su torpeza, escogió una piedra perforada para no tener que buscar demasiado, mientras que Rabí Eliahu de Tasos, pescador de profesión, trajo una esfera de arena apelmazada.
Isaías de Lemnos, de baja estatura y sonrisa constante, descubrió un murex erizado de espinas y lo guardó en el bolsillo para exhibirlo ante su maestro.
Finalmente, Uriel de Edesa encontró el espinazo de un pequeño tiburón. Estaba seguro de que la seca arquitectura haría las delicias de Rabí Eliezer.
Dispusieron los diez fragmentos de belleza solicitados por el maestro en la encalada terraza de su casa y esperaron, inquietos, su juicio.
- Explicadme, ahora -dijo el maestro- por qué habéis escogido lo que habéis escogido.
Adelantándose a todos, Rabí Naftali Pidión dijo, morando el trozo de coral:
- Un pueblo minúsculo vive bajo las aguas, y entre sus casas de calcio y ramas de colores, deja vivir. Así de bello querría nuestro destino.
El maestro no se inmutó, esperando la segunda explicación:
- La transparencia de esta alga es la mejor de las virtudes -dijo Rabí David de Kilkis-, pues casi no tiene revés. Deja ver lo mismo que ve y sus bordes son justos y paralelos. Así de hermoso querría nuestro carácter.
- Aquello que el viento dispersa -aclaró Eliahu de Tasos-, si tiene voluntad de volver a unirse, hace de la esfera la más perfecta de las formas. Así también querría que nuestras familias se mantuviesen juntas y en paz.
- Este murex solía servir para teñir de púrpura la capa de los reyes -comentó Isaías de Lemnos-, y aún muerto, aún vacío rasga con sus espinas el espacio de nuestra admiración. Que sea así nuestra belleza, real y punzante, áspera y exacta.
El maestro los miraba con picardía, como si estuviera aguardando a que sus discípulos dijeran cada uno lo suyo para medir así sus talentos y pericias, su sensibilidad y capacidad expresiva.
- Esta piedra agujereada -dijo el perezoso Mordejai- puede servir como cuenta de collar o pesa. Así deseo yo que lo bello no esté separado de lo útil.
Llegado este momento, Rabí Yanis Yojanani de Xanze extrajo su pequeño cangrejo violeta y enunció:
- Para atrás o para delante, pequeño o grande -sentenció-, que, como la caparazón de esta criatura, siempre brille entre nosotros el tono vespertino del Génesis.
Entonces se adelantó Alexis Moshé y, blandiendo su hallazgo, dijo:
- Que, al igual que el océano a esa esponja, el tiempo nos atraviese y deje en nuestros corazones chispas de eternidad. Suave es lo profundo, y flexible.
Rabí Aniel de Polinguiros alzó su hueva de pescado, no dijo nada y lloró lágrimas silenciosas cuando el viejo a quien servía de guía, Abraham Herrera Sofer, mostrando el hueco de entrada del pequeño caracol, dijo:
- Así de oscuro es mi interior. Pero sé que el afuera se baña todo el tiempo en la luz del Altísimo, alabada sea su incansable belleza.
Uriel de Edesa se adelantó y, mostrando el esqueleto de tiburón, exclamó:
- Espina o hueso, ruina o sombra de ruina, morir es abandonar una jaula; vivir, envasar promesas y sueños. Que, incluso idos al otro mundo, quede en éste un signo de nuestra resistencia, un símbolo de nuestra continuidad.
Habiendo oído a cada uno de sus discípulos, el maestro se adelantó y dijo:
- Reunid ahora los fragmentos, acercadlos unos a otros y veréis que la belleza que evocan es mayor que la suma de sus formas. Como dice el Sefer yetzirá: "Dios es el lugar del mundo, pero el mundo no es su lugar". Buscar la hermosura y dar con sus reflejos es sólo una parte minúscula de la belleza inhallable. Así también, lo que os ha dejado el mar es aquello de lo que prescinden sus olas. Muy adentro, en cambio, muy oscuro y mas espléndido aún, palpita aquello que lo produjo.
3 Comments:
Que texto más hermoso Jorge. Aunque no debería extrañarme ya que los textos que seleccionas siempre lo son.
Ayer una mariposa me dijo que esta casa era tuya. Y yo sin enterarme.
Un beso y un lazo.
JOé.. qué bonito!! Gracias por compartirlo.
1beso
Lo he leído varias veces y lo seguiré leyendo, y cada vez le saco algo nuevo. Gracias por traerlo, Jen.
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